jueves, 6 de diciembre de 2012

01: Inadaptación social

Fue en la Semana Santa de este año cuando todo tuvo sentido a pesar de que casi se me cayó el mundo como en las películas de ciencia ficción, trozo a trozo en una espiral descendente y sin freno. Y no crean amigos que me puse triste, todo lo contrario. A pesar de pensar que sí, yo nunca había tenido razón. Y en lugar de lamentarme y quejarme (tan típico en mí), me alegré tanto de haber resuelto ese gran misterio que, en serio, desde aquel momento soy un poco más feliz.

El Jueves Santo fuimos a ver el Serrallo Plaza, que lo acababan de inaugurar días antes… ¡oh, qué grande! no lo parece tanto desde fuera, ¡oh, qué luminoso!, ¡oh, cuánto espacio!.. etc. Comimos y decidimos ir al cine. Nos acercamos a la taquilla y ¡sorpresa! no hay absolutamente nada que te diga a qué hora abre.

Decidimos que fuera yo quien se quedara. Pasan los minutos. Siguen pasando. Y continúan… Así hasta cuarenta cinco. Tres cuartos de hora esperando a que abrieran y quince minutos más hasta que me atendieron. Una hora.

Al principio estaba yo solo. Me situé prudencialmente a un par de metros de las ventanillas. Poco a poco fue llegando gente así como en plan: ¡ah!, ¿todavía no está abierta? pues voy a hacer como que paseo. Y conforme caían los minutos más gente llegaba y nadie, absolutamente NADIE se ponía en cola. Yo estaba absolutamente perplejo sin entender cómo era posible aquel desbarajuste.

En cuanto empezó el movimiento detrás de las ventanillas la gente, simplemente, se puso. Nada más. Anárquicamente. Sin orden. Sin prioridades. Maricón el último. Lo sorprendente (porque todavía había hueco para más sorpresas) es que llegó una pareja y tan tranquilamente, en serio, sin ningún problema, si plantó delante de la ventanilla para comprar una entrada. Nadie, insisto, absolutamente NADIE, le dijo NADA.
Yo me quedé boquiabierto. ¿Cómo era posible que llegaras a un sitio y sin preguntar ni respetar a los que habían llegado antes te colaras así, sin más? ¿Cómo era posible que personas que llevaban esperando mucho más tiempo no dijeran nada de nada y permitieran que aquellos caraduras sin colaran sin más?

Y así estuve pensando durante mucho rato. Ahí, el Berna dándole a la cabeza, pin-pan-pin-pan, en plan martillo pilón (es que la película no me gustó nada). Pin-pan-pin-pan
Y cuando encendieron las luces la última pieza del rompecabezas encajó. Los dos adolescentes que estaban a mi lado se habían ido dejando el paquete de palomitas, el vaso de Coca Cola y los envoltorios de las gominolas esparcidos por sus asientos. No habían recogido nada, ni siquiera habían procurado NO ensuciar o ensuciar menos. Simplemente lo habían dejado hecho unos zorros y se habían levantado sin más. Yo no entendía cómo unas personas que estaban siendo formados en el respeto al medio ambiente, en salvar al planeta y en Educación para la Ciudadanía, habían podido ser tan poco escrupulosas.

Y justo en ese momento, en ese preciso momento, LO COMPRENDÍ.
Porque lo NORMAL es que un vecino te levante un paredón sin respetar ninguna norma urbanística o que otro se la salte a la torera y te deje sin luz natural. Lo NORMAL es que nadie respete una cola. Lo NORMAL es ensuciar que ya vendrán otros a limpiar. Lo NORMAL es que vivas del dinero del Estado sin que se te caiga la cara de vergüenza. Lo NORMAL es que aparques donde te dé la gana. Lo NORMAL es pensar que lo mereces todo pero que no tienes ninguna obligación. Lo NORMAL es que el Estado no te ampare. Lo NORMAL es la frase: “no te rebajes” o “no te pongas a su altura” donde yo, tan digno, me jodo y el otro, tan vulgar, se sale con la suya. Lo NORMAL es no respetar ninguna norma que no me convenga y cambiarla para que me convenga y cuando me deje de convenir la vuelvo a cambiar. Lo NORMAL es vivir en esta grandísima mierda. 

Porque amigos, NO eran ELLOS
Era YO

Yo soy el INADAPTADO SOCIAL.