domingo, 18 de septiembre de 2011

02: Mi esposa y la música

Hubo un tiempo en que a mi esposa algo le gustaba la música que yo escuchaba, cosas como las que gritaba Extremoduro: “(…) y cada vez que la miro, me pongo malo. Cada vez que la miro me salen granos. Cada vez que la miro me pongo tieso. (…) cada vez que la miro ‘me se’ encoge el alma”.

Yo recuerdo (o creo que recordar) decirle que el amor no era lo que decían las canciones ésas tan del gusto de entonces: Laura Pausini, Gloria Estefan, Alejandro Sanz, Luz (otrora “Casal”) y un largo etcétera. Creo que “Cada vez que la miro me pongo tieso”, le parecía relativamente vulgar. Y supongo que hasta superficial, pero yo le decía que todo lo contrario, que lo consideraba una grandísima declaración de amor, como aquella otra, también de Extremoduro: “(…) cuando me llama con su boca me subleva, cuando se marcha veo su culo y me tortura. Me gustaría mucho más que te lavaras la cara sólo las mañanas que te diera la gana”.
Y le insistía en lo arrebatador que encontraba declarar que no hace falta que te laves la cara, que te voy a querer igual estés más o menos guapa, que no se trata de eso. No sé si logré convencerla, pero creo que a mi esposa, en el fondo le pesaba más la falta de higiene que lo que yo valoraba como una superlativa declaración de amor.

Un buen día cambió mi punto de vista, llegaron Los Fresones Rebeldes y Al amanecer: “Cuando tus ojos se fijan en mí vivo mil aventuras sin salir de aquí (…)”, por ejemplo. Y pensé que eso de estar enamorado no tenía por qué ser un sin vivir, que también podía ser divertido… mejor dicho: podía ser MÁS sencillo.

Por ejemplo, cuando Astrud canta: “Claro que me gusta, ¿a quién no le gusta tu perfil contra la luz de la mañana?”. Ya está.
Nada de sufrimientos tipo: “(…) me muero por divertirte y que me beses cuando despierte, acomodado en tu pecho, hasta que el sol aparezca”, o “(…) Se fue el perfume de sus cabellos; se fue el murmullo de su silencio; se fue su sonrisa de fábula; se fue la dulce miel que probé en sus labios”.
¿Qué me cuentan, chatillos? Mucho más fácil, como Ellos: “Lo juro, no hay medicina mejor; aseguro que ya no siento dolor. Tengo que admitir que nunca ha habido nada en el mundo más puro, que nada me ha hecho sentir tan seguro, es tonto pero es así (…)”, que bueno, vale: NO es precisamente una canción que hable de amor pero cada uno interpreta lo que quiere como quiera. Hasta ahí podíamos llegar.

Y aquí vinieron las “desavenencias”.
Porque mi esposa piensa que mis gustos musicales son absolutamente metrosexuales. Tipo: “Sombra aquí, sombra allá; maquíllate, maquíllate (…)” y ¡qué va! Ella se cree que cuando yo berreo a Cola Jet Set: “Yo te quiero, cómo no te voy a querer (…). Yo te quiero de una forma natural como es respirar, que se hace sin pensar, sin más, que se hace como caminar”, es que me he levantado con el metrosexual subido y no escucha el resto: “Porque eres como nadar, como ir en bici, cosas que nunca se olvidan, cosas que son de por vida”.
Que de eso se trataba, de cosas que son de por vida.

Es verdad que también hay momentos donde la sencillez da paso al más puro lirismo, que es cuando aparece Family: “(…) Nos invade una ilusión desconocida y nuestra única intención es avanzar hacia el fondo de ese mundo del que me has hablado tanto, paraíso de glaciares y de bosques polares, donde miedos y temores se convierten en paisajes de infinitos abedules de hermosura incomparabledonde siempre te querré”. Un poco rollo ¿no?.. pues ¡NO! porque es donde siempre te querré.
O llega Astrud, así en plan reflexiono a estas horas que vengo que me salgo: “Vamos a darnos muchos besos, a entender todos los conceptos. Vamos a analizar los hechos, y es que no basta con querernos”.

Mi esposa piensa que yo he estado todo el verano cantando a Milkyway porque qué agradable ¿verdad?: “Well, you could be the sunshine, I could be the rain and if we made a rainbow, would anyone complain? I don't know. (…) You could be the ocean, I could be the shore, we could make a summer that's never been before (…)”. Y no va por ahí la cosa. Va de que eres el sol y yo la lluvia y de que hagamos un arco iris; que eres el océano y yo la orilla y que hagamos un verano.
Todo puede ser más sencillo y realmente todo debería ser más sencillo: un arco iris y un verano ¿para qué más?

Es verdad que mi esposa se merece cenas con velas. Se merece la orilla del mar y el sol en la cara mientras atardece. La lluvia fina. El desayuno en la cama. La luna entera desde su ventana. Eso y más.
Se merece mucho más.
Pero se encontró con un calvo, gordo y feo que antes de conocerla se había leído cuatro libros mal comprados y que en un arrebato pseudo-filosófico llegó a la conclusión de que no hay nada más romántico que ver cómo pasan los años y cómo seguimos estando tan cerca. De que probablemente nada haya más romántico que envejecer juntos.
Y además, no entiende mi esposa que el calvo, gordo y feo que se encontró también adolece de la capacidad de expresar lo que siente y por eso canta esas canciones que aún no sabe qué clase de sortilegio hace que otros las escriban por él.
Y que las escriban para ella.

Y en esto veo, esposa, que tú nunca escuchas a La Bien Querida, porque de otro modo sabrías que: “la muerte es mirar y no verte”.

Feliz aniversario.

domingo, 4 de septiembre de 2011

01: ¡Indirnao!

Hace cinco años ganamos el Mundial de baloncesto ¡ah, qué domingo más emocionante… qué bueno aquello! Pero esta mañana he estado pensando que desde entonces vaya mierdas de septiembres que han rematado veranos auténticamente mierdosos. Excepciones ha habido, eso es verdad. El año pasado, sin ir más lejos, se nos murió la Tía Encarna. Y esta mañana, a estas horas más o menos, están enterrando el Tito Pedro, que se nos murió ayer.
Érase un hombre a una sonrisa pegado. Qué lástima, coño.