domingo, 15 de agosto de 2010

01: El largo verano de 2010

Desengaños amorosos veinteañeros aparte, que aunque ahora me ría de ellos, bien que los tuve y los sufrí, puedo asegurarles que éste está siendo el peor verano de mi vida. Ni en la más aterradora de mis pesadillas pude imaginar que lo que me esperaba sería esto.

Y no acaba. Tengo la impresión de que es el verano más largo de la Historia. Cosas del cambio climático, supongo.

Mi jefa decidió que no tendría vacaciones porque no te corresponden (jefa dixit); ¿y por qué no protestaste? me preguntan algunos, porque aquí ya nos conocemos todos y cuando no hay nada que hacer, mejor recular y esperar el momento. Que llegará, se lo aseguro. Y tendrán cumplida información.

Así que julio (primera parte del verano) se saldó de la siguiente manera:
-para ver a mi esposa e hijos me metí cinco horas de carretera todos los fines de semana.
-cada visita duró menos de cuarenta y ocho horas (o sea: que estuve con ellos menos de seis días en un mes y, por ejemplo, nunca comí con ellos entre semana).
-y la soledad durante la semana... qué les voy a contar.

Y porque no quiero hablar de la Bajada de la Virgen:
-que mis hijos, con la edad perfecta, no disfrutaron ni disfrutarán nunca porque, como bien saben, al ser un evento lustral, la próxima vez tendrán diez y ocho años respectivamente. La perspectiva cambia.
-tampoco pude ver a mi familia.
-ni a mis amigos.
-ni a personas que veo en esa ocasión y que en los próximos cinco años es difícil (por no decir imposible) que pueda ver.

Y llegó agosto ¡bien! Con mi familia aquí ¡bien!.. ¿Bien?
-mi esposa no para de trabajar.
-todo el mundo está ocupado o –simplemente- no está.
-calor espectacular.

Y a mitad de agosto se muere Elsa, mi vecina en La Palma. Infarto cerebral. Cuarenta y ocho años. Hay que joderse.
Así que ¿de qué me quejo?

Qué asco de verano. No acaba. Y lo peor será cuando termine porque no hay luz al final del túnel, no veo de dónde tirar para mantener alto el ánimo. Y el mal rollo que se me viene encima, seguro.
Cuando acabe agosto el verano habrá terminado y con él llegará la rutina, monótona y cansada, sólo rota por alguna escapada de fin de semana o lo que sea. Los días se volverán más cortos, lluvia... en fin, lo que es el final del verano.

Y Elsa no estará. ¿Cómo tengo la sinvergozonería de quejarme?